En plena efervescencia de la mente, vorágine, laberinto existencial, uno se pone a componer pequeños versos y, como siempre, los ladrillos son las palabras. Me pongo y requetepienso. Si mis palabras te juzgan, te persiguen o te condenan, si te confinan en un rincón oscuro de la estancia, (en tal caso, condenables), si no traen la luz del alba o el claro atardecer entre los álamos, si no implican alegría... Si mis palabras son sombra, día gris y frío, es porque han de serlo y no de otra manera, porque son fiel reflejo de una estación del alma, de un estado de ánimo, casi siempre pasajero. Si mis palabras no construyen ni edifican, si dejaron atrás la dulce melodía, la cortesía, y no templaron el acero cotidiano, entonces no valen de nada porque no son mejor que el silencio. Si mis palabras adornan los instantes, si hacen que la lluvia menuda sea menos fría, si construyen una fortaleza frente al tiempo, tal vez sean ese regalo no pedido, ...