A un niño que aprecio, amigo de mi hijo.
Érase una vez que se era, un pequeño cazador de palomas.
Con la pistola de su abuelo, apuntaba a dar
pero un buen día
de su cañón ya no salían vertiginosas balas
sino rosas de las más hermosas
y claveles preciosos,
diamantes brillantes y
terciopelo granate.
Las palomas contentas
aplaudían con sus alas
y
decidieron hacerse amigas del niño,
que cada tarde
las visitaba
en aquel rincón, bulevar del jardín
donde habitaban.
De tanto lo querían, se volvieron diligentes,
y abandonaron su pereza característica,
salieron del palomar que las cobijaba,
y se pusieron a reformar aquel espacio.
Para empezar fundaron una escuela,
seguido de la construcción de un huerto,
un jardín con columpios y árboles frutales,
una biblioteca popular y un callejón con árboles y bancos para sentarse
y dedicarse al zureo.
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