(...) las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,
la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora (...)
Cántico, San Juan de la Cruz
En este domingo otoñal de presagios,
amanecí desolado.
Por la ventana, se percibía un día gris
pero, por dentro, había tormenta.
Y llovió a cántaros durante un rato.
Menos mal
que los niños
decoran con su alegría
los paisajes más oscuros.
A estas alturas
del día,
recobré algo del ánimo.
La gimnasia diaria
ayuda a levantar la moral.
En tiempos pasados, aprendimos a cantar en la lluvia,
a bailar si era necesario,
vivimos tiempos
donde la dificultad
era la cuestión cotidiana.
Por eso, frente al desaliento,
habrá un combate constructivo.
Frente a la desolación,
buscaremos razones para estar contentos.
Frente al silencio,
no lo veremos como algo malo,
entenderemos las razones de los demás,
lo adornaremos con versos.
Frente a la soledad,
aprenderemos de ella,
puede ser soledad sonora, como en los versos de San Juan de la Cruz,
o lenta dicha.
¿Sabemos todo sobre la soledad? No creo.
La soledad es una calle vacía,
un jardín desierto,
un banco no cubierto de humanidad.
Es un camino
al interior de uno mismo,
y en ese caso
la soledad puede ser musical.
Por eso, frente a la soledad,
¿qué tal si tu soledad y la mía
se unen algún día formando
una suma de soledades,
un intercambio de vivencias, una suerte de
aritmética sentimental?
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