Las almas solitarias nunca se rindieron
aunque
el abismo estuviera cercano
y el frío y el vértigo
hicieran su labor
callada.
De las épocas complicadas
aprendimos
del discurso de la lluvia,
de experiencias no tan dulces,
de la crónica
del gris asfalto,
de los cambios que son lentos
pero que
nos sitúan en la dirección adecuada
para reorientar nuestras barcas
en el río cotidiano.
Las almas solitarias nunca se rindieron
porque
son sus días
lugares donde la luz
entra a ratos
por un ventanal que diera
a un patio interior
y por el que se divisaran
las casas cercanas y los contíguos tejados.
Las almas solitarias nunca se rindieron
y la
nieve y el hielo
no pudieron congelar
el sentimiento
que brota
de los corazones sinceros.
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