viernes, 15 de enero de 2016

Camino de la fuente del Avellano

Granada era como una madre esquiva,
que deglutía su tristeza en silencio
y en solitario.
Un buen día, nos dejó huérfanos
pero de nuevo
surcamos las calles
camino de la fuente del Avellano
donde se oye el susurro del río
y hay un sendero sinuoso
en el que se escucha el canto de los pájaros
que presentan el himno del invierno temprano
y en cuyo transcurso junto a mis hijos,
leo poemas grabados sobre metálicas
placas.
Alberti, García Montero, otros y otras, poetas y poetisas,
por mí ignorados.
Desde la fuente,
Ángel Ganivet preside
la reunión
y el Sacromonte
se ve en su básica arquitectura
de ladrillo, uralita
y rejas
desdibujadas.
Las chumberas, como sus frutos, recitan versos
dulces
en su interior.
Tras la ida,
la ciudad nos aguarda,
para fundirnos con ella
en un póstumo y reciclado abrazo.

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