Las ciudades, después del amor
quedan fragmentadas, divididas por un río
por el que fluyeran aguas de un
pesar calculado y antíguo,
de un olvido que está lleno
de memoria,
de lentas llamas
que siguen surgiendo
espaciadas en el tiempo
o que se agrupan todas al unísono.
Después del amor,
hay todavía más amor
porque es la energía que nos mueve
pese a todo,
el impulso que nos empuja
hacia adelante,
la palabra cálida que nos acoge,
la arquitectura de los nuevos barrios
de ciudades nuevas
dentro de cada ciudad.
Y las ruinas que quedan
se pueden restaurar.
Otras se quedan como anatomía muerta de un cuerpo sin vida.
Las que se pueden arreglar,
el paciente artesano las repara como si fuesen
un cuadro antíguo, en el que
cada rincón de un lienzo,
necesitase profundidad,
y color.
Las ciudades, después del amor,
siguen siendo ciudades.
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