Un diciembre primaveral en Granada.
En la placeta de Jesús Despojado,
cerca del colegio Tierno Galván,
los niños juegan.
Al otro lado un bar repleto de gente,
que acoge la reunión anual
de la familia.
Me siento ajeno al entrar.
Aquellos que en otro momento de la vida
eran
tan cercanos,
hoy los veo como sacados de un álbum
cubierto del polvo de un armario anacrónico:
tan extraños.
Música desafinada
de abrazos, besos, convenciones
varias,
usos de clase media,
de burguesía gastada,
arrabales de clase obrera,
islotes que resisten
el paso del tiempo.
Después de todo,
no amo esta idea de gran familia unida,
actores y actrices sobreactuados,
aunque todavía existan afectos, vínculos trabados.
Es positivo que los niños
conozcan sus orígenes.
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